Tómbola

Donna Fisser mira pensativa por la ventana, mientras espera que la medicación le haga efecto.
En imágenes su vida, o momentos de ella le vienen a la mente.
Tiene seis años, es navidad. Espera impaciente en la cama que se hagan las doce y Papá Noel deje los regalos. Faltan diez minutos, puede verlo en su reloj digital de princesita, ese que le regaló su madre hace dos años y antes era de ella. Le falta una pierna y ya no suena al despertarte, pero a ella le encanta por ser de su mamá.
Al primer golpe no le presta atención, ha podido ser coincidencia, no hay que alarmarse. Con el segundo golpe se tapa la cara con las mantas -como siempre-, el tercero no lo oye. No hay cuarto. Lo siguiente es un grito, un “ Tom, por favor” golpes de nuevo, llanto… por último la puerta al cerrarse con fuerza.
Después nada, después silencio.
Despacio saca la cabeza de debajo las mantas, lágrimas silenciosas le recorren la cara, tiembla.
El reloj de princesita marca las doce. Es navidad.
Han pasado diez años de aquella navidad, Donna está en la parte trasera de un Chevrolet del 68. Es del padre de Mike Tomson -quien está muy ocupado metiéndole mano- se los ha prestado para ir al baile de graduación. Es un día especial. Se ha graduado, un chico le está metiendo mano, está borracha y sólo es capaz de pensar en qué diría su madre.
Lo de Mike Tomson no acaba bien, como cabía esperar el chico no acepta la negativa de ella a abrirse de piernas, la llama mojigata e incluso intenta golpearla…
Hubo más escenas de sillón trasero en los años que siguieron, aunque nunca llegó hasta el final. Lo intentó un par de veces, pero el sonido de la palabra “puta” en voz de su padre la frenaba.
Consiguió a pesar de los gritos, los golpes, el llanto y el olor a alcohol salir de allí, alejarse del lugar donde había crecido, allí donde “accidentalmente” su madre había caído por las escaleras dejándola sola bajo esa gran sombra gris que era su padre.
Estudió en una universidad pequeña, en horario de noche, mientras por el día trabajaba en una oficina de correos haciendo fotocopias. No ganaba mucho, en realidad apenas ganaba para pasar el mes, pero era feliz y eso ya lo valía todo.
Se volvió a enamorar -porque sí, acompañó a Mike Tomson al baile por estar enamorada de él- esta vez; la última vez.
Lo hizo de Don un fotógrafo muy amable que la trataba de princesa.
Era feliz, sí. Muy feliz. Pero todo acaba, porque la vida es así; una tómbola injusta.
Don el fotógrafo, murió  un seis de abril cuando volvía de comprarle el anillo a su prometida, o a la que debería haberlo sido.
Han pasado meses desde que la policía viniera a buscarla a su pequeño apartamento de la calle San José, para anunciarle que una vez más la vida la había vapuleado. Le dolió mucho, le ha seguido doliendo hasta la noche antes.
 Pero hoy, hoy no le ha costado nada levantarse de la cama, bajar a la farmacia, comprar una mezcla de medicamentos y tragárselos todos hasta sin agua. Y desde luego, no le está costando nada mirar ese maravilloso cielo azul que alumbra a otras personas, mientras espera su final.

Y es que la vida es así, una tómbola injusta. Y ella lo sabe, lo sabe desde aquél día de navidad en que Papá Noel le dejó lágrimas en las mejillas como regalo.

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espero te haya gustado, y me sigas leyendo.
Un saludo.

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